/ lunes 12 de junio de 2017

Electores pulverizan el viejo mundo político tras legislativas en Francia

PARIS, Francia.- En el lapso de siete semanas, entre la primeravuelta de la elección presidencial el 23 de abril y la batallalegislativa del domingo último, Emmanuel Macron provocó enFrancia un cambio político que es comparable a la transformacióninstitucional que inició el general Charles de Gaulle cuando creóla Quinta República, en 1958.

El derrumbe de la IV República, que justificó la llegada de DeGaulle al poder, se caracterizó por la desintegración de unsistema político que había perdido legitimidad y por laimpaciencia de electores que exigían una renovación delsistema.

Ese es el fenómeno que comenzó el 23 de abril y que estáterminando de definirse en esta secuencia electoral parlamentaria.La segunda vuelta, prevista para el domingo próximo, nointroducirá cambios esenciales en la naturaleza de ese proceso: unviejo mundo se derrumba y otro nuevo comienza a surgir.

Más información: 

La prueba de esa metamorfosis es que la ola de renovaciónpromovida por los electores —primero en las elecciones internaspartidarias y luego en las consultas nacionales— sumergió atodos los dirigentes que habían gravitado en la vida política delpaís en los últimos 20 a 30 años: Nicolas Sarkozy, Alain Juppé,François Fillon y François Hollande.

Esa secuencia concluyó el 7 de mayo con la elección de undirigente de 39 años, que llegó al poder sin haber ejercidojamás un cargo electivo, al frente de un partido creado apenas unaño antes y con la ambición de sacar a su país de las tinieblaspara conducirlo a un futuro de esperanzas que le tiende los brazos.En ese sentido, sin forzar la analogía, existe un paralelo entreMacron y de Gaulle.

La conclusión formal del proceso de transformación se jugó eldomingo pasado en la primera vuelta de la elecciónlegislativa.

A pesar de las dudas que suscita el comportamientoabstencionista de 51,3% de los electores, el veredicto de las urnasconfirmó la agonía del Partido Socialista, el retroceso sinprecedentes de la derecha conservadora representada por LosRepublicanos (LR), el estrepitoso derrumbe del Frente Nacional (FN)de extrema derecha y hasta un repliegue de la ultra izquierda delmovimiento Francia Insumisa de Jean-Luc Melenchon que aparecía–hasta ese momento– como la única fuerza en ascenso.

El desmoronamiento de todos los partidos del sistema constituyeun claro pedido de renovación formulado por los electores. De esacatástrofe generalizada no se salvan ningún dirigente, ningúnpartido, ninguna ideología y ninguno de los esquemas que dominaronla vida política del país en el último medio siglo, como laoposición izquierda-derecha, el antagonismoglobalización-proteccionismo o la pugna entre liberales yestatistas. La plataforma de Macron -que aún debe sortear laprueba de su confrontación con la realidad- ofrece un sincretismode todas esas doctrinas antagónicas.

También puedes leer: 

En medio del campo de ruinas que dejaron las últimaselecciones, Macron se encuentra con un monopolio del poder que solode Gaulle tuvo en sus mejores momentos.

No sólo tendrá el control del ejecutivo —lo que en unamonarquía republicana como Francia no es poca cosa—, sino quecontará con una Asamblea Nacional donde tres de cada cuatrodiputados pertenecerán a su partido La República En Marcha(LREM).

La paradoja de esa situación reside en que la ausencia deoposición parlamentaria puede provocar una transferencia de esafunción a los sindicatos para que la ejerzan en la calle.Oportunidades no le faltarán porque el gobierno tiene intencionesde presentar el nuevo Código de Trabajo y la reforma fiscal en lospróximos días. Esas dos pruebas de fuego permitirán saber si,además de poder, el gobierno también tiene inteligencia, uncomponente imprescindible para gobernar.

PARIS, Francia.- En el lapso de siete semanas, entre la primeravuelta de la elección presidencial el 23 de abril y la batallalegislativa del domingo último, Emmanuel Macron provocó enFrancia un cambio político que es comparable a la transformacióninstitucional que inició el general Charles de Gaulle cuando creóla Quinta República, en 1958.

El derrumbe de la IV República, que justificó la llegada de DeGaulle al poder, se caracterizó por la desintegración de unsistema político que había perdido legitimidad y por laimpaciencia de electores que exigían una renovación delsistema.

Ese es el fenómeno que comenzó el 23 de abril y que estáterminando de definirse en esta secuencia electoral parlamentaria.La segunda vuelta, prevista para el domingo próximo, nointroducirá cambios esenciales en la naturaleza de ese proceso: unviejo mundo se derrumba y otro nuevo comienza a surgir.

Más información: 

La prueba de esa metamorfosis es que la ola de renovaciónpromovida por los electores —primero en las elecciones internaspartidarias y luego en las consultas nacionales— sumergió atodos los dirigentes que habían gravitado en la vida política delpaís en los últimos 20 a 30 años: Nicolas Sarkozy, Alain Juppé,François Fillon y François Hollande.

Esa secuencia concluyó el 7 de mayo con la elección de undirigente de 39 años, que llegó al poder sin haber ejercidojamás un cargo electivo, al frente de un partido creado apenas unaño antes y con la ambición de sacar a su país de las tinieblaspara conducirlo a un futuro de esperanzas que le tiende los brazos.En ese sentido, sin forzar la analogía, existe un paralelo entreMacron y de Gaulle.

La conclusión formal del proceso de transformación se jugó eldomingo pasado en la primera vuelta de la elecciónlegislativa.

A pesar de las dudas que suscita el comportamientoabstencionista de 51,3% de los electores, el veredicto de las urnasconfirmó la agonía del Partido Socialista, el retroceso sinprecedentes de la derecha conservadora representada por LosRepublicanos (LR), el estrepitoso derrumbe del Frente Nacional (FN)de extrema derecha y hasta un repliegue de la ultra izquierda delmovimiento Francia Insumisa de Jean-Luc Melenchon que aparecía–hasta ese momento– como la única fuerza en ascenso.

El desmoronamiento de todos los partidos del sistema constituyeun claro pedido de renovación formulado por los electores. De esacatástrofe generalizada no se salvan ningún dirigente, ningúnpartido, ninguna ideología y ninguno de los esquemas que dominaronla vida política del país en el último medio siglo, como laoposición izquierda-derecha, el antagonismoglobalización-proteccionismo o la pugna entre liberales yestatistas. La plataforma de Macron -que aún debe sortear laprueba de su confrontación con la realidad- ofrece un sincretismode todas esas doctrinas antagónicas.

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No sólo tendrá el control del ejecutivo —lo que en unamonarquía republicana como Francia no es poca cosa—, sino quecontará con una Asamblea Nacional donde tres de cada cuatrodiputados pertenecerán a su partido La República En Marcha(LREM).

La paradoja de esa situación reside en que la ausencia deoposición parlamentaria puede provocar una transferencia de esafunción a los sindicatos para que la ejerzan en la calle.Oportunidades no le faltarán porque el gobierno tiene intencionesde presentar el nuevo Código de Trabajo y la reforma fiscal en lospróximos días. Esas dos pruebas de fuego permitirán saber si,además de poder, el gobierno también tiene inteligencia, uncomponente imprescindible para gobernar.

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