/ martes 19 de febrero de 2019

Tlahuelilpan, la Zona Cero

UN MES DESPUÉS

El viento borra el sonido del silencio, sopla fuerte, quiere llevarse todo a su paso; pero no lo logra. Aquí se siente y se respira dolor. Aquí están atrapados los alaridos y el llanto de cientos de personas; esta es la llamada, Zona Cero.

Estamos de pie en medio de los alfalfales que desde hace un mes son mudos testigos de la peor tragedia que haya vivido el estado de Hidalgo.

Lunes 18 de febrero, la intensidad del sol calienta la tierra e ilumina las decenas de cruces que hoy se han convertido en un memorial.

Han muerto 130 personas y otras 14 siguen luchando por su vida de la mano de médicos y enfermeras en distintos nosocomios. Además de ello, familiares y amigos buscan a más de 52 desaparecidos.

Hace un mes, en estos alfalfales ubicados en San Primitivo, en Tlahuelilpan, cientos de personas –niños, adolescentes y adultos- llegaron procedentes de este municipio de Tetepango, Tlaxcoapan y Tezontepec de Aldama en busca de combustible extraído ilegalmente de un ducto de Petróleos Mexicanos (PEMEX), y buena parte de ellos, encontraron la muerte.

Una explosión ocasionó que el hidrocarburo que salía a gran presión se conviritera en una gigantesca llamarada arrasando con todo a su paso.

“Literalmente era el infierno en la tierra”, afirman muchas de las personas que fueron testigos de la tragedia.

Donde hubo fuego, dolor y llanto, hoy se vive un ambiente de soledad y de tristeza; parece que nadie quiere venir y volver a sentir el miedo, la angustia, el dolor y la impotencia que experimentaron en aquellos momentos.

Este suelo vio a decenas de personas correr para escapar del fuego, pero también vio a otros arrastrarse y revolcarse para tratar de apagar las llamas que les quemaban. Esta tierra se tragó el dolor mientras la vida se escapaba de los cuerpos. En las parcelas se encontraban tiradas varias personas con graves quemaduras y gritando con las pocas fuerzas que les quedaban para que les ayudaran.

Algunos fueron cargados y llevados hasta la carretera donde las patrullas y otros vehículos los trasladaron a hospitales cercanos; los más graves fueron llevados en helicóptero a hospitales especializados.

Hoy, 30 días después, estas tierras están en calma, pero en ellas quedó la huella de la tragedia; esa marca permanente que el viento no podrá llevarse jamás.

Una tragedia que obligó a funcionarios del gobierno del estado a trasladarse en poco tiempo para analizar la situación junto con elementos del Ejército y de la Policía Federal, entre otras corporaciones.

Un acontecimiento que trajo también al Presidente de la República, esa noche del viernes 18 de enero y que puso a Tlahuelilpan en el centro de la atención nacional e internacional.

El panteón del pueblo se saturó y se dispuso de un terreno, pero nadie ha querido enterrar ahí a sus seres queridos por antiguas creencias.

El viento borra el sonido del silencio, sopla fuerte, quiere llevarse todo a su paso; pero no lo logra. Aquí se siente y se respira dolor. Aquí están atrapados los alaridos y el llanto de cientos de personas; esta es la llamada, Zona Cero.

Estamos de pie en medio de los alfalfales que desde hace un mes son mudos testigos de la peor tragedia que haya vivido el estado de Hidalgo.

Lunes 18 de febrero, la intensidad del sol calienta la tierra e ilumina las decenas de cruces que hoy se han convertido en un memorial.

Han muerto 130 personas y otras 14 siguen luchando por su vida de la mano de médicos y enfermeras en distintos nosocomios. Además de ello, familiares y amigos buscan a más de 52 desaparecidos.

Hace un mes, en estos alfalfales ubicados en San Primitivo, en Tlahuelilpan, cientos de personas –niños, adolescentes y adultos- llegaron procedentes de este municipio de Tetepango, Tlaxcoapan y Tezontepec de Aldama en busca de combustible extraído ilegalmente de un ducto de Petróleos Mexicanos (PEMEX), y buena parte de ellos, encontraron la muerte.

Una explosión ocasionó que el hidrocarburo que salía a gran presión se conviritera en una gigantesca llamarada arrasando con todo a su paso.

“Literalmente era el infierno en la tierra”, afirman muchas de las personas que fueron testigos de la tragedia.

Donde hubo fuego, dolor y llanto, hoy se vive un ambiente de soledad y de tristeza; parece que nadie quiere venir y volver a sentir el miedo, la angustia, el dolor y la impotencia que experimentaron en aquellos momentos.

Este suelo vio a decenas de personas correr para escapar del fuego, pero también vio a otros arrastrarse y revolcarse para tratar de apagar las llamas que les quemaban. Esta tierra se tragó el dolor mientras la vida se escapaba de los cuerpos. En las parcelas se encontraban tiradas varias personas con graves quemaduras y gritando con las pocas fuerzas que les quedaban para que les ayudaran.

Algunos fueron cargados y llevados hasta la carretera donde las patrullas y otros vehículos los trasladaron a hospitales cercanos; los más graves fueron llevados en helicóptero a hospitales especializados.

Hoy, 30 días después, estas tierras están en calma, pero en ellas quedó la huella de la tragedia; esa marca permanente que el viento no podrá llevarse jamás.

Una tragedia que obligó a funcionarios del gobierno del estado a trasladarse en poco tiempo para analizar la situación junto con elementos del Ejército y de la Policía Federal, entre otras corporaciones.

Un acontecimiento que trajo también al Presidente de la República, esa noche del viernes 18 de enero y que puso a Tlahuelilpan en el centro de la atención nacional e internacional.

El panteón del pueblo se saturó y se dispuso de un terreno, pero nadie ha querido enterrar ahí a sus seres queridos por antiguas creencias.

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