/ domingo 7 de marzo de 2021

Amo ser artesana, afirma Efigenia

Se ha dedicado a una tradición familiar que aprendió de sus padres en Huasca, primer Pueblo Mágico del país

“Nomás llegué a sexto de primaria, así que lo que hago es de mi creatividad y amo ser artesana”, dice Efigenia Cortés, una de las pocas mujeres talleristas de alfarería que hay en La Palma, barrio de Huasca, municipio de Hidalgo y el primero con la denominación de Pueblo Mágico del país desde 2001.

“Yo valoro mi trabajo. Mientras Dios y la Virgen me den licencia seguiré en esto”, agrega quien se ha dedicado a una tradición familiar que aprendió desde hace 40 años de sus padres, y éstos de los propios desde otras décadas atrás.

“Los adorno con lo que traigo en la cabeza pensando y así con mis manos hago todo”, explica esta mujer que da enriquece con pinceladas azules, verdes, blancas, al color cobrizo de esa tierra transformada en jarros y en platos.

“No es por nada, pero cierro todo el proceso y termino hasta quemarlo con pura leña”, explica respecto a su quehacer, al que dedica horas en diversas actividades, desde cortar la leña, prender el horno, recibir los grandes terrones de barro el cual debe limar hasta pulverizar, amasar el barro y darle forma.

“No tengo de otra, hay que vender pues no hay dinero y menos con esta pandemia”, manifiesta Efigenia Cortés, una mujer, una alfarera que, calcula, gana dos pesos a cada pieza que vende.

“Nomás llegué a sexto de primaria, así que lo que hago es de mi creatividad y amo ser artesana”, dice Efigenia Cortés, una de las pocas mujeres talleristas de alfarería que hay en La Palma, barrio de Huasca, municipio de Hidalgo y el primero con la denominación de Pueblo Mágico del país desde 2001.

“Yo valoro mi trabajo. Mientras Dios y la Virgen me den licencia seguiré en esto”, agrega quien se ha dedicado a una tradición familiar que aprendió desde hace 40 años de sus padres, y éstos de los propios desde otras décadas atrás.

“Los adorno con lo que traigo en la cabeza pensando y así con mis manos hago todo”, explica esta mujer que da enriquece con pinceladas azules, verdes, blancas, al color cobrizo de esa tierra transformada en jarros y en platos.

“No es por nada, pero cierro todo el proceso y termino hasta quemarlo con pura leña”, explica respecto a su quehacer, al que dedica horas en diversas actividades, desde cortar la leña, prender el horno, recibir los grandes terrones de barro el cual debe limar hasta pulverizar, amasar el barro y darle forma.

“No tengo de otra, hay que vender pues no hay dinero y menos con esta pandemia”, manifiesta Efigenia Cortés, una mujer, una alfarera que, calcula, gana dos pesos a cada pieza que vende.

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