Fundado por frailes Agustinos en el siglo 16, el exconvento de San Andrés en Epazoyucan, fue objeto para el proceso de conversión religiosa de los indígenas de la zona. Su arquitectura, destaca ya que está conformada por tres niveles: una pendiente de tierra, el atrio y la iglesia-convento.
Este conjunto arquitectónico cuenta con diversos motivos decorativos y artísticos en donde se ve claramente la mezcla de dos culturas y también se destaca por el tallado en las columnas y los murales policromados con escenas como la Pasión de Cristo la Última Cena y el Tránsito de la Virgen.
Dentro de las paredes de este complejo se halla un alfarje, una especie de tapiz del siglo 16 cuyas vigas tienen cerca de trece metros de luz y una de ellas está labrada con representaciones de querubines y motivos florales.
Estas composiciones artísticas presentan cuatro nichos del claustro, entre estos el Eccehomo, La calle de la Amargura, el Calvario y el Descendimiento.
El tema dominante de sus obras es de orden cristológico, lo cual es claramente perceptible a través de las decoraciones de la antigua sacristía, en la se repiten algunos de los temas y se incluyen otros como el Rey de Burlas, el Beso de Judas y la Oración del Huerto.
Fundado por fray Pedro de Pareja en 1540, el exconvento de San Andrés, existen antecedentes históricos que sugieren que en 1556 esta edificación seguía en construcción; sin embargo, también se cuenta con vestigios de que la mayor parte de la construcción se haya concluido en 1541.
El convento fue secularizado en 1751, siendo el primer cura Mateo Quiñones, dependiendo en su calidad de parroquia de la vicaría foránea de la Parroquia de la Asunción en Pachuca, del Arzobispado de México.
Para 1901, cuando la parroquia queda adscrita al Obispado de Tulancingo, se realizó una reedificación, momento en el que se llevó a cabo una nueva decoración pictórica en el interior del templo, la cual, fue realizada por Miguel M. Hernández.
La Revolución mexicana dejó serios estragos a este exconvento, pues se cuentan con antecedentes de que ocurrió un incendio que daño gravemente su infraestructura; sin embargo, en 1922, José R. Benítez, inspector de monumentos del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, ordenó una serie de intervenciones para devolver a este monumento su belleza.