Artesanos del primer cuadro de la ciudad no quieren entrevistas, ni mucho menos fotos, para explicar su difícil situación en la pandemia, porque son exhibidos ante las autoridades municipales, quienes los desalojan, pues su actividad es considerada no esencial, como tampoco su hambre.
Se esconden, tratan de ser discretos y no colocan toda su mercancía sobre la banqueta, que hasta hace un mes y medio, era normal que algunos ocuparán casi todo el paso peatonal.
Es el caso de Artemisa González, artesana, con venta de jarros, borregos y ranas de la suerte, en alguna calle del Centro de Pachuca.
Originaria de Michoacán y 20 años radicada en la capital, Artemisa no puede dejar de vender, aún así sea la “tercera guerra mundial”, porque es su manera de vivir. La pobreza y, marcada por ser mujer indígena, no le han permitido sobresalir.
Es la misma situación con otros artesanos, que no permitieron entrevista. Vende diferentes productos de alfarería como jarros, borregos, ranas, así como servilletas bordadas de distintas figuras, bolsas y carteras, también bordadas, así sucesivamente, porque todos los días se tiene que comer.
No puede permitirse descansar, hoy menos que nunca, a raíz de la pandemia las familias no salen de sus hogares, más que para adquirir productos esenciales, por lo que Artemisa tiene que buscar el modo de que vean sus artesanías, para vender aunque sea una rana o borrego de 10 pesos; una servilleta de 50 pesos o si le va bien, un juego de jarros de 120 pesos.
Ella no lucha contra el Covid-19, lucha por comer y por vivir cada día; si llega a enfermarse, pero mientras no lo esté, debe sobrevivir con sus propios medios y eso es mediante la artesanía. Sus borregos y ranas de la suerte, quizá la ayuden.