Haces una vida, pero se atraviesa un policía y se acabó. La línea entre “normal” e “ilegal” es tan delgadita que piensas no existe, hasta que pasa. La deportación.
Esta es hoy la realidad de cientos de miles de migrantes ilegales radicados a lo largo y ancho de Estados Unidos (EU). Un segundo basta para perder casi todo: empleo, bienes o, peor aún, truncar a la familia.
Es, también, la reflexión de David Blancas Pedraza, migrante originario de Orizabita, Ixmiquilpan, radicado hace más de 20 años en Texas, EU, y deportado el pasado 19 de julio. Allá quedó su esposa y tres hijos, de 11, siete y cinco años. Su sueño americano estaba hecho, ya con familia, casa, trabajo estable en la construcción, incluso líder de su comunidad. Faltaba un requisito para formar una federación, agrupación para apoyar formalmente a sus paisanos de Texas.
Su detención en EU, curiosamente, no fue en las tan anunciadas redadas, fue una “mala jugada del destino”.
Ocurrió luego de organizar una feria de la documentación en coordinación con la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) que por las “prisas” no llevaba consigo su cartera y, por ende, sus identificaciones. Fue detenido por la policía cuando regresaba a casa.
Una vez pisado la estación de policía solo pasan 20 minutos para que “hold de migración” sepa dónde estás. Estuvo cinco semanas detenido y fue deportado.
Cuenta que hay opciones para salir: Un juez de migraciones otorga una fianza para salir, oscila entre cinco y 10 mil dólares, una vez fuera peleas tu caso para no ser deportado. “Mucha gente no tenemos el recurso”. La otra, es firmar la deportación voluntaria.