Con más de 15 mil años de historia, el perro es considerado el mejor compañero en la vida y después de la muerte, como lo demuestra una inhumación en una cueva de Huapalcalco, en Tulancingo, Hidalgo, aunque hay otras especies a las que también se les relaciona con el más allá, como las mariposas nocturnas, las moscas “panteoneras” y los tecolotes.
Así lo asegura Raúl Valadez Azúa, del Instituto de Investigaciones Antropológicas (IIA) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien en ocasión del Día de Muertos destaca que la creencia de que diversos animales son mensajeros de la muerte o que traen malos presagios tiene su origen durante la Colonia, cuando costumbres tradicionales se mezclaron con el pensamiento de los conquistadores.
El titular del Laboratorio de Paleozoología del IIA asevera que “la más relevante asociación entre un humano difunto y algún material o elemento de la naturaleza serían los perros, porque llegaron tan temprano a la historia humana (entre 15 mil y 18 mil años) que el hombre no tiene conciencia de lo que es la vida humana sin el perro… en un esquema tan intenso, tan íntimo que para el hombre era parte de los grupos, como si fuera un humano más”.
El también coautor de “Viaje al inframundo: las ciencias y la muerte”, recuerda que uno de los entierros humanos más interesantes en América fue encontrado en el municipio de Tulancingo, Hidalgo, en la comunidad de Huapalcalco, y data de hace cinco mil años. Se trata de una cueva llamada El Tecolote, donde se descubrieron dos inhumaciones, en los cuales hay media docena de perros. Se piensa que las personas fueron sacrificadas en honor a la montaña y los canes quedaron a un lado como sus guardias y protectores del espacio sagrado. El papel del animal fue acompañarlas y mantener la sacralidad del sitio, explica Valadez Azúa.