“Lo más duro para mí fue cuando mis hijos vieron como me golpeaba mi marido, y uno de ellos decidió ponerse enfrente, entonces mi hijo salió lesionado; ahí decidí ponerle un alto a mi pareja”, así lo dice Marisa “N” quien aún permanece unida a su cónyuge, pero agrega, “las cosas cambiaron en mi relación, desde que a él (esposo) le diagnosticaron la diabetes, ya no me golpea”. Pudo más no alejarse de su pareja, ya no solo por el qué dirán, pues era su segundo matrimonio, “aguanté por mis hijos.
Quién les daría estudios, yo no podría. Qué hubiera sido de mí”. El miedo, reconoce se apoderó de ella. No olvida, pero trata de esconder en lo más profundo de su alma lo que siente, al igual que sus hijos, que ahora ya son adultos y que dicen, no repetirán la conducta de su padre. Esta es una de las muchas historias que viven mujeres violentadas en el seno de su familia, que, pese a su rol de madre, a los victimarios no les importan las secuelas que puedan quedar en los infantes y en la mujer.
La violencia ejercida es todo acto, acción o conducta de maltrato basado en su género, que tiene como resultado, posible o real, un daño físico, sexual o psicológico. Según la Encuesta Nacional de los Hogares del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, se desprende que, en Hidalgo, 52 mil 826 víctimas son mujeres casadas o unidas violentadas por su pareja e hijos, han sufrido agresiones severas; daño físico o con arma, 50.5 por ciento; en el 38.5 de los casos ellas han tenido necesidad de ayuda psicológica o han necesitado ser hospitalizadas u operadas después del incidente; en 27 de las situaciones el esposo o pareja ha usado la fuerza física para tener relaciones sexuales