Napoleón Maldonado es un hombre de 89 años de edad que ha visto cómo se ha ido transformando su pueblo Cuautepec, y aunque la soledad lo agobia a veces, no se arrepiente de nada.
Don “Polo”, como le dicen las personas, al verlo cruzar la calle con su andadera, sale todos los días desde temprano, para no estar solo en su casa, se sienta en el parque a platicar con las personas de su edad y a recordar aventuras y cosas que hacía de joven.
“Sigue igual, yo lo veo como hace 50 años y solo son dos calles, ¿qué hemos progresado?, nada, antes éramos 10 mil personas y a lo mejor ahora somos 100 mil, pero ahora no caben los coches”, dijo sobre su natal Cuautepec.
Abandonado por su esposa y su hija en la década de 1960: “Es la vida, hay que tomarla como venga, sino no llegamos a viejos. La sencillez, el poder llegar a tanta cosa que no había yo visto, que no sabía yo, y que es muy bonito vivir, pero no me arrepiento de nada, todo lo que he vivido está bien recibido”.
Napoleón contó que la gente antes se saludaba, se conocía, ahora nadie se voltea a ver a los ojos, nadie dice los buenos días con gusto, ni barre su banqueta o limpia su patio, pero que cada época es diferente.
Después de sufrir un infarto, ya no pudo caminar como antes, así que debe ayudarse de una andadera, la cual es su única compañera y su descanso bajo la sombra de los árboles a su paso.
Rumbo a su casa, en la calle 5 de mayo, hizo distintas paradas para descansar y a paso lento, disfruta de su rutina, aunque le cueste tres horas llegar.
Dedicado toda su vida al agro, ahora vive de lo poco que producen sus tierras que se las trabajan los vecinos.
“El campo está muy triste, porque ha cambiado el temporal, ya no llueve como antes, trabajábamos la tierra, ahora no, es más difícil, pero hay que hacerle la lucha”, dijo de la situación del campo.
Al llegar a su casa, que fue de sus padres desde hace 100 años, recibe las visitas de sus familiares o vecinos de vez en cuando: “No cuesta nada ser amable, ser sencillo, ser una buena persona, no tener malos instintos, ese sería mi consejo. Al Mundo gracias, por todo lo que nos ha enseñado, lo bueno y lo malo”, concluyó.
Acompañado de un viejo radio, se sienta a escuchar y ver pasar tarde a través de su ventana, recordado el viejo Cuautepec que ya se fue.