El jamoncillo es un postre con mucho arraigo en las regiones tanto Tulancingo como Otomí Tepehua.
Es hecho a base de pepita, azúcar y una serie de condimentos y de colorantes que le brindan un toque muy característico.
Tomás Zapata, quien vende este producto en diferentes ferias desde hace más de 50 años, comentó que, en estas zonas de Hidalgo, hay aproximadamente 400 familias que se dedican a esta elaboración.
Las venden por paquete de un peso aproximado de dos kilos o en rebanadas cuyos precios oscilan entre 10 y 30 pesos.
“Es un dulce que no pasa de moda y nosotros hemos heredado este oficio a nuestros hijos y nietos, de esto nos sostenemos económicamente.” Expresó el entrevistado.
Sobre su elaboración, agregó que el secreto está en el tiempo de cocción de los ingredientes, como lo son, leche, colorantes y pepitas de calabaza, tostadas y peladas.
La mezcla, que debe tener un color rojizo, se vacía dentro de un molde que se cubre con una manta de cielo humedecida.
Una vez que esta se enfría a temperatura ambiente, se compacta y se cortan las rebanadas del tamaño deseado.
Por lo general, expresó Zapata son espacios de las mismas casas donde se prepara este postre.
“El jamoncillo tiene mucha demanda y por lo general nunca nos sobra producto, incluso gente que viene a las ferias de esta región de ciudades como Tulancingo, Pachuca o México, y hasta quienes vienen de los Estados Unidos, se llevan varios paquetes.”
Aunque existen datos históricos sobre los orígenes del jamoncillo, el Códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún, contempla algunos textos que refieren la confitería de la Nueva España en algunos conventos, entre los años, 1540 y 1585.