Sentadas en el suelo de negocios o de La Floresta en Tulancingo, indígenas otomíes bordan y ofrecen su trabajo a visitantes y transeúntes.
Lupita es una otomí de la Sierra de Puebla que prefiere venir a ciudades como Tulancingo, porque hay más gente que valora sus artesanales prendas, como blusas, manteles y carpetas.
“Vengo solo los viernes o sábados. Me hago desde mi pueblo como cuatro horas, tomo dos camiones para llegar”, platicó Lupita.
Con un español poco entendible, ya que solo habla otomí, se da a entender para vender sus artesanías que borda una a una y le lleva más de cinco horas culminar.
Una blusa con bordados extremadamente cuidados y con múltiples aplicaciones en diversos colores las vende en doscientos pesos, una servilleta en cincuenta.
Desde Atla, pueblo del que viene Lupita, el transporte local cobra 28 pesos hasta Pahuatlán, de donde salen los camiones hasta las seis de la tarde y cobran 30 pesos.
Prefiere vender ella misma sus prendas, ya que muchas veces intermediarios le ofrecen comprarle todo y ellos lo venden a muy altos precios en otros lugares.
Para reconocer un bordado otomí es posible ver la simetría en sus figuras, que en su mayoría son geométricas, en colores como el azul, el verde, rojo y amarillo.
Muy distintos a los tenangos, pero con un origen común, la cultura Otomí, los bordados que se ven en las calles de Tulancingo merecen el mismo reconocimiento y promoción porque forman parte de una identidad y una cosmología que da identidad a nuestros pueblos.