Dedicado a mi abue Carmen (qepd), siempre mi luz de esperanza.
En mis primeros días de primero de primaria se alternaban entre mi abuela y mis padres la madrugadora labor de llevarme a la escuela Julián Villagrán, durante el corto trayecto escuchaba recurrentemente una canción en la radio. Es uno de esos recuerdos que permanecen, persisten encima de otros por curiosas circunstancias. Incluso recuerdo que la tarareaba y mi abuela me preguntaba el nombre de la canción; solamente levantaba los hombros, reía y continuaba con mis pueriles labores educativas. Simplemente, me ponía de buen humor, me animaba para comenzar a hacer mis devociones y obligaciones.
Con el tiempo se fue borrando la claridad de aquel tema que inició mi gusto por la música, cómplice ideal para las tareas durante toda la etapa estudiantil. A mis compañeras y compañeros con más interés en la formación musical les trataba de tararear aquella canción y les decía: “Creo que es de The Beatles”. Solamente obtenía una mirada entre compasiva que rozaba la burla y tocaban alguna de las más conocidas del cuarteto de Liverpool. Todas maravillosas, pero no era esa canción que trataba de rescatar del desván de mis inicios en la primaria, significante del primer impulso emocional para asumir, en ese entonces, un nuevo reto.
Al terminar mi carrera de abogada decidí radicar en la Ciudad de México, ya había desistido de la búsqueda, estaba más concentrada en el trabajo, los estudios de posgrado y tertulias con amistades. Sin embargo, tengo muy presente la época navideña del 2019. Inicié un viaje en alguna de las populares aplicaciones, subí al auto y esa escurridiza canción estaba terminando. De súbito me regresó a mis cinco años de edad. Emocionada le pregunté al muy joven asociado de la plataforma que si sabía el nombre, muy sonriente me dijo: “Creo que esa es de los Oasis”. Agradecí su amabilidad en la falsedad del dato y durante un típico largo trayecto capitalino de viernes por la tarde seguí murmurando el armónico cierre, esos pocos segundos que devolvieron mi ánimo arqueológico sonoro.
Unos meses después comenzó la pandemia y regresé a Real del Monte, mi queridísimo pueblo natal, dejó atrás con tristeza un difícil pero importante capítulo de mi historia con toda la incertidumbre sobre el porvenir. Tal como pudo sucederte a ti o a muchos conocidos tuyos durante ese triste lapso, comencé a notar áreas de mejora en la casa de mi familia que tras muchos años de ausencia ubiqué con ojo crítico. Aprovechamos para desalojar objetos guardados dentro de las gavetas de los libreros y ahí me encontré con una colección de cassettes de mi madre y mi padre, apreciadores del rock en su época juvenil. Entre algunos exponentes de música instrumental, intérpretes en español que hasta hoy son esenciales en una buena noche de karaoke, encontré varias compilaciones de reconocidos anglosajones como Billy Joel, Elton John, The Bee Gees y, por supuesto, The Beatles.
Llamó poderosamente mi atención una portada, un bello paisaje azul con pies volando en la parte superior, entre extremidades cada letra del nombre Paul McCartney y el título en manuscrito “Off The Ground”. Estaba segura de que ya lo había visto antes en la casa o en el auto, intuitivamente sabía que ahí dentro estaba ese recuerdo guardado. Ante la imposibilidad de recurrir al reproductor de cintas que ya hacía mucho había terminado en algún bazar o tienda de antiguedades, recurrí a la infalibilidad de Spotify, lo busqué y ahí estaba. Detuve mis actividades de remodelación con la misma sensación en el pecho que te da cuando estás a punto de ver nuevamente a una persona muy querida tras mucho tiempo transcurrido.
Para no errar, inicié por el primer track homónimo. No, no era la canción. Sentí un poco de frustración, no me gustó, estuve a punto de desistir. Un cierto toque en el coro me atrajo, me dio cierta familiaridad con mi fragmentado tesoro en la memoria. El siguiente me gustó menos aún aunque el título “Looking for Changes” me hizo sentido, en ese punto de mi vida definía todo. Comenzó el tercero y como una epifanía, ahí estaba: “Hope of Deliverance”, la esperanza de la liberación.
“Lo entenderé algún día, un día; lo entenderás siempre, siempre. Desde ahora hasta entonces. ¿Cuando estará bien? No lo sé. ¿Cómo será? No lo sé. Vivimos en la esperanza de la liberación, de la oscuridad que nos rodea.” (Traducción de la autora).
En un momento donde me cuestionaba lo que estaba sucediendo en el mundo, lo que me sucedía a mí, a mi familia, a mi estado; tras albergar muchos enojos por injusticias cometidas contra las mujeres, contra mí; el mensaje de esta hermosa canción me cayó como un rayo, una luz poderosa y súbita de esperanza entre la oscuridad alrededor.
Era como si hubiéramos jugado a las escondidas por muchos años y, de pronto, decidió aparecer cuando más la necesitaba.
Con ese redescubrimiento, se la compartí a mis amistades y me decían: “Uh, pero claro, esa canción es super conocida”. A todos les respondía únicamente con media mueca y un oculto refunfuño. Si era tan famosa, por qué nadie me dijo cómo se llamaba ni quien la cantaba. Pero ahora estoy segura de que la canción tenía esta sorpresa preparada. Tras el reencuentro, coincidentemente, mi ánimo mejoró, reabrí mi corazón y mi mente.
Al poco tiempo fui invitada a participar en la campaña de Julio Menchaca Salazar y encaucé toda mi energía renovada en esa nueva misión que me llevó a participar en su gobierno que hoy nos lleva por una mejor ruta, la ruta de la transformación.
La ocasión de escribir estas palabras, como lo dice el título que las hila a todas, ata varios nuevos inicios: comienzo con un nuevo encargo por elección de mi pueblo en el distrito local 10 como diputada en la LXVI Legislatura en el Congreso del Estado de Hidalgo, inicio como participante en este diario que tanto admiro y agradezco la invitación de Antonio Alvarado e inicio como una mexicana, muy orgullosa mexicana con la primera presidenta al frente de la nación en lo que, reitero como lo dije en campaña, será el sexenio de las mujeres.
Cabe agregar que luego de recuperar “Hope of Deliverance” se ha convertido en un elemento infaltable con el que me gusta comenzar los nuevos capítulos en mi vida y esos 200 segundos que dura se convierten en la linterna encendida cuando se necesita y es la inspiración titula esta columna. Como dato adicional, para el 25 aniversario de la muerte de Linda Eastman, esposa de Paul y compañera musical, leí que un par de años después de publicar esta composición, le detectaron un cáncer de mama avanzado que derivó en su fallecimiento en 1998. Estoy segura de que el legendario cantautor encontró bálsamo cada que la volvía a cantar, pues también la gira que derivó de este álbum fue la última juntos.
Espero que este rayo de luz dentro del gran sol informativo transformado en columna bajo mi autoría, signifique para ti lo que tanto me entusiasma escribirlo y compartirte periódicamente algo más de mis aportaciones, ideas y vivencias
¡Gracias por leerme!
CDT. También inicié con la lectura de “Presidenta” de Jorge Zepeda Patterson, sobre los inicios y trayectoria de nuestra primera mandataria. En una próxima participación te compartiré mis impresiones y las aportaciones que indudablemente tendrá en el futuro de todas las mujeres mexicanas.