Veo el avance y los estragos del coronavirus en diversas naciones del mundo.
Veo por la televisión a las familias guardadas, observando con responsabilidad las indicaciones de las autoridades.
Y veo la lluvia de talento expresado en comentarios, recomendaciones, oraciones y canciones.
Escucho la incomodidad de niños, hombres y mujeres que están sufriendo a causa de este coronavirus. Escucho comentarios afirmando que existe el coronavirus, que sí es toda una realidad, pero que fue sembrado.
Y escucho los pleitos entre las naciones, aprovechando la realidad para fortalecer sus economías. Les preocupa mucho la economía.
Pienso en el valor del sufrimiento ante Dios, de quien sin deberla, están viviendo miles de hermanos en el mundo.
Pienso en la maldad de quienes aprovechan la lucha por la vida de todos nosotros, para fortalecer su economía, para sumar ingresos o para agrandar su poder.
Y pienso en la oportunidad que tenemos para practicar la caridad, la misericordia, ante el grande sufrimiento del hermano y ante sus diversas necesidades.
Propongo no exagerar al hablar del virus para no causar miedo a nadie porque el miedo no favorece a nadie.
Propongo reflexionar en la realidad que estamos viviendo para quedarnos con lo bueno. Dice el dicho que no hay mal que por bien no venga.
Y propongo no causemos disgusto a nadie; propongo que nos tengamos paciencia en este tiempo de contingencia.