París 2024 concluyó de la misma forma en que comenzó: majestuoso, fantástico, con la ilusión de ser un remanso en medio de las convulsiones internacionales y colocando el límite muy alto en la organización de juegos olímpicos. Más allá de las hazañas deportivas, la justa veraniega fue un espacio de reflexión para temas propios de la sociedad moderna que deben ponerse en la mesa del debate más que en el ojo público del señalamiento y de los prejuicios que no nos permiten emitir una opinión debidamente informada. También, para México, fueron la culminación de la equivocada toma de decisiones, de los múltiples cuestionamientos y de la evidente separación entre dos órganos que debieran trabajar de la mano para, más que obtener resultados que culminen en preseas, dar la justa retribución a las decenas de atletas que buscan un espacio olímpico para competir de forma digna.
París generó profunda polémica desde su aparición inaugural, ya que el bagaje cultural y la apreciación artística generó revuelo inmediato con comunidades religiosas que asumieron como una indebida alusión a sus creencias por más explicaciones del Comité Organizador respecto del sentido de sus figuras teatrales que conformó para dar el banderazo de salida a los juegos. La polémica quedó zanjada con una disculpa pública y la promesa de mayor cuidado en el discurso.
En la discusión pública estuvo de forma concreta dos aspectos centrales: por un lado las diferencias biológicas que se encuentran en el límite de lo posible y lo indebido pero que nos habla de una diversidad enorme en la conformación de los cuerpos y las capacidades atléticas, tema que, seguramente seguirá en boga a fin de propiciar una regulación menos nebulosa; por otro lado, estos juegos tuvieron bastantes pinceladas de respeto y cuidado a la salud mental, elemento fundamental en el desarrollo deportivo que se puso sobre la mesa sin que fuera cuestionado y demostrando los alcances su cuidado teniendo como abanderada a Simon Biles que, más allá de su extraordinaria grandeza deportiva, demostró que sin salud mental no se pueden construir ídolos.
El caso de México se convirtió en un hervidero que, lejos de buscar una solución, se convirtió en espacio exclusivo de desencanto y desencuentro en dos de las instituciones que se encuentran vinculadas con aspectos financieros y deportivos de la delegación mexicana: la CONADE y el Comité Olímpico Mexicano.
La CONADE como órgano relacionado con el gobierno de forma directa y con funciones administrativas y financieras que abandonó a delegaciones enteras por diferencias con las federaciones y los propios atletas, lo que propició que los apoyos no llegaran, generando descontento de decenas de atletas que tenían que buscar a la iniciativa privada o recursos propios para concluir su ciclo olímpico.
El Comité Olímpico Mexicano con un inexistente diálogo con la CONADE y, por lo tanto, con puertas cerradas de apoyo que hacían que las federaciones tuvieran un descontrol absoluto y la opacidad en la selección de las delegaciones por deporte, lo cual, nos hace pensar si es que se seleccionaron a los mejores perfiles de entrenadores y de atletas.
Los desastrosos resultados no tienen que ver con culpas pero sí con responsabilidades, de tal manera que el análisis pasados los juegos debe ser serio, con base en números y auditorías que permitan saber dónde estuvo la falla a fin de corregir lo que está mal, ya que el ciclo olímpico para Los Ángeles 2028 y más allá de pensar en más medallas, no podemos permitir una exposición tan grave para quien tiene el sueño de representar dignamente a nuestro país por medio de la nobleza deportiva.