La vida institucional no puede dejarse a la casualidad; debe regirse por la causalidad. La planeación es la herramienta ideal para establecer los objetivos y las acciones necesarias para lograr el crecimiento y desarrollo de las instituciones, sin importar si son públicas o privadas.
La planeación, además de ser la primera etapa del proceso administrativo, puede considerarse una teoría en sí misma. En esta teoría, se identifican tres tipos fundamentales: estratégica, táctica y operativa. Las variables que definen estos tipos son el tiempo, el alcance y el nivel organizacional en el que se elaboran y aplican.
En esta ocasión, nos centraremos en la planeación estratégica, que, según Steiner, comenzó a aplicarse de manera significativa a partir de 1950. Basándonos en Ackoff, podemos afirmar que la planeación estratégica es de largo plazo, orientada al cumplimiento de la misión y visión institucionales, y se realiza a nivel corporativo.
Es crucial entender que la planeación estratégica es sistémica, participativa, flexible y continua. Sistémica, porque entiende a la institución como parte de un sistema mayor; participativa, porque involucra al mayor número posible de colaboradores; flexible, porque permite ajustar objetivos y acciones según las circunstancias; y continua, porque trasciende periodos de dirección o liderazgo y personas.
Lo más relevante de la planeación no es el plan resultante, sino el proceso mismo de planear. A medida que los colaboradores participan en este proceso, adquieren conocimiento, aprendizaje y experiencia, lo que, con el tiempo, permite elaborar mejores planes y fomenta una cultura de planeación en lugar de improvisación.
Algunos autores establecen que el proceso de planeación estratégica puede iniciar en la alta dirección y avanzar hacia el nivel operativo o viceversa. Sin embargo, lo mejor es realizar un proceso bidireccional e interactivo, es decir, un proceso de planeación en el que participan la alta dirección y el nivel operativo de manera alternada y repetitiva.
Planear estratégicamente la vida institucional obliga a aplicar un estilo de liderazgo propositivo, el cual se caracteriza por no dejar que las cosas simplemente sucedan, sino por actuar para alcanzar el futuro deseado.
Una institución bien planeada, con proyecto a largo plazo, funciona equilibradamente de manera eficiente y eficaz.