Tras la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, el escritor inglés George Orwell, autor de libros como 1984 y Rebelión en la granja, anticipó que en los siguientes años se desataría un estado permanente de “guerra fría” entre las grandes potencias del mundo. Justamente ese terminó recibiría el conflicto político e ideológico entre la ex Unión Soviética y Estados Unidos, que se desarrolló de 1947 a 1991.
La guerra fría dividió al mundo en dos bloques, uno partidario del comunismo y el otro del capitalismo, etapa caracterizada por la polarización del mundo, la carrera armamentista, la carrera espacial e incluso la creación de la Organización de las Naciones Unidas. Durante este periodo incluso el Estado alemán se dividió en dos bandos, el bloque occidental aliado con Estados Unidos y el bloque oriental sumado con la URSS, separados por el gran Muro de Berlín, símbolo de uno de los episodios más sombríos de la historia de la humanidad.
Cuando la Unión Soviética inició una política de expansionismo por Europa del Este, Estados Unidos comenzó a preocuparse de que esta potencia lograra el control mundial. Ese fue el origen de la disputa entre ambas naciones que permanece hasta nuestros días, marcada por el permanente incremento de armamento y álgidas relaciones internacionales.
La tensión internacional se ha agudizado debido a la invasión rusa en Ucrania en 2022, lo que constituye el mayor ataque militar en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Además de las pérdidas de vidas civiles y militares, la guerra de Ucrania ha provocado una crisis humanitaria y el mayor desplazamiento de las últimas décadas, ya que más de siete millones de ucranianos han abandonado su país para buscar refugio.
Por si esto fuera poco, la guerra ha puesto en riesgo la disponibilidad de alimentos a nivel mundial y ha tenido un severo impacto ambiental. Una guerra no conoce fronteras y en un mundo globalizado, sus estragos pueden alcanzar a todas las latitudes del mundo no solo por sus efectos bélicos, sino sociales, económicos y geopolíticos.
En los últimos días la tensión internacional se ha incrementado, ante el anuncio, aún no confirmado, de que Estados Unidos habría autorizado a Ucrania el uso de misiles de largo alcance, de manufactura estadounidense, en contra de objetivos en territorio ruso. Medios internacionales han señalado que a esta decisión se sumarían Francia y Gran Bretaña.
La postura del gobierno del presidente Biden pudiera obedecer a la presencia de más de doce mil soldados norcoreanos en el este de Ucrania, reforzando a las tropas rusas. Ante este escenario el gobierno ruso ha señalado que podríamos estar en la antesala de una Tercera Guerra Mundial.
Habrá que seguir con atención el desarrollo de este episodio bélico que interesa no sólo a Ucrania, Rusia y Estados Unidos, sino a toda la humanidad, ya que la llegada de Donald Trump al poder significaría, de acuerdo con sus propuestas de campaña, el fin a la guerra, sin embargo, pareciera que Biden pretende consolidar el conflicto antes de su salida del gobierno.
En una guerra nunca hay ganadores, por el contrario, la humanidad se empobrece y difícilmente algún país podría dejar de recibir efectos colaterales adversos de un conflicto de proporciones mundiales.